jueves, 25 de julio de 2013

4 de julio de 2013

Luzmila. Para hacernos una idea de cómo es esta chica, digamos que es un par de palmos más alta que yo, y un par de palmos más ancha. Morena de pelo largo, no debe estar muy familiarizada con los tratamientos estéticos que se estilan por nuestras mediterráneas tierras, ya que podría afirmar sin equivocarme que su bigote compite en color y espesura con el de mi chico.

Pues resulta que Luzmila es la actual chica aupair que se ocupa de Daniel. De eso me enteré cuando ella me lo contó, después de irrumpir en mi cuarto de forma inesperada. En general, la chica me resultó muy agradable, ya que por primera vez desde mi llegada alguien se preocupaba de hablar conmigo, de explicarme las relaciones de la familia, las tareas que tendría que hacer, de cómo se porta Daniel, de mis horarios... y lo más importante de todo, me explicó que el desván no sería mi dormitorio, sino que heredaría el suyo, una vez ella lo dejase libre tres días después, cuando regresara a su país. Tengo que reconocer que fue muy reconfortante y que me sentí bastante liberada del cansancio y el mal sabor de boca que me había dejado la cena (que no se debía a la comida precisamente, la barbacoa estuvo espectacular). 

Juntas recorrimos la casa, descubriendo significativos rincones, como el armario empotrado de los zapatos, del que hablaré en alguna otra ocasión, y fuimos comentando los pormenores del día a día con la familia y en el pueblo. Me habló de un sitio, el Uuuuups, al que debíamos ir sin falta (unbedingt) para que me presentase a sus amigos antes de irme, y me pareció muy buena idea.

Al ir a acostarme, le di las gracias a Luzmila y, fiel a mis costumbres, le di dos besos. Y a descansar por fin.


miércoles, 24 de julio de 2013

3 de julio de 2013

Tendréis que disculpar mi escueta entrada de la otra noche, pero me vi  sorprendida in fraganti por una de las (entonces) misteriosas personas que moran esta casona. Diré que se llama Luzmila, y que es búlgara, pero de eso hablaré más tarde. De momento empecemos por el principio.

Que estoy en Alemania ya es bien sabido, pero el objetivo último de mi aventura imagino sigue siendo un misterio para muchos de vosotros. Como muchas otras intrépidas chicas antes que yo, y sin duda que otras muchas que vendrán después de mí, decidí pasar estos ociosos meses de verano cuidando de un "adorable" niño extranjero a la vez que practico y profundizo mis conocimientos de esta maravillosa lengua que, en opinión de algunos, solo sirve para hablarle a los caballos. Bueno, pues yo nunca he tenido caballo ni sé montar, pero siempre me han gustado los idiomas, y como Alemania es una potencia económica fuerte y todas esas cosas que ya sabemos, decidí estudiarlo. Y aquí estoy.

Tras la desafortunada espera de 3 horas en el aeropuerto que ya adelanté, por delante me esperaba otro viaje de 3 horas hasta Plötenheim, el pintoresco pueblo donde me alojo con Hans y Lotte, los padres de Daniel, el pequeño teutón de 8 años de quien he venido a ocuparme. No hay mucho que comentar del viaje, solo que, por decirlo de alguna manera, me quedé un poco sorprendida cuando fui consciente de que la buena señora había salido de casa más o menos en el mismo momento que mi avión aterrizaba en tierra germana.

Al llegar al pueblo recogimos a Daniel de sus clases de guitarra eléctrica (pequeño aprendiz de heavy), cuya máxima preocupación era saber si sé jugar al fútbol. Mi dedo meñique roto y ligeramente torcido da fe de ello, así que desfilamos hacia la casa. En casa conocí a Hans, a Laura y a Luzmila, y la verdad es que no me quedó muy claro quién era quién y cuál era su lugar en aquella familia. Después de una cena en el impresionante jardín en la que todo el mundo hablaba de mí (que no conmigo) como si no estuviese presente, Hans se prestó a enseñarme la casa y me dejó en el desván que ya conocéis, donde alguien ya había tenido el detalle de dejar mi maleta.

Bastante agotada y un poco triste, saqué mi portátil con la intención de conectar un poco con el mundo exterior, y en esas estaba cuando apareció Luzmila.

lunes, 22 de julio de 2013

1 de julio de 2013


Estoy sentada sobre un viejo colchón en el suelo, en el desván apolillado de una impresionante casa señorial a la afueras del pueblo. ¿Y qué leches exactamente hago yo aquí? Todos conocemos la desastrosa situación económica y social que, lamentablemente, está afectando nuestro país. Pues bien, digamos que yo soy otra afortunada universitaria, perteneciente a la generación (dicen) mejor preparada de nuestra reciente historia democrática y que, paradójicamente, se ha visto forzada a coger las maletas y marcharse. A Alemania, claro, no podía ser de otra manera. Si bien yo tengo la excusa de estudiar alemán como profesión, desde luego cualquiera que lea la prensa estaría de acuerdo conmigo en que era la opción más razonable. Aunque lo que no parece tan razonable es que mis anfitriones lleguen tres horas tarde a recogerme en un aeropuerto perdido en medio de un erial (dichosas líneas aéreas de bajo coste), y que me confinen en un desván polvoriento, que, a todas luces, se trata de lo que en tierras más cálidas denominamos "el cuarto de la plancha". Al menos hay Internet, y con ello mal que bien, la vida sigue...