miércoles, 24 de julio de 2013

3 de julio de 2013

Tendréis que disculpar mi escueta entrada de la otra noche, pero me vi  sorprendida in fraganti por una de las (entonces) misteriosas personas que moran esta casona. Diré que se llama Luzmila, y que es búlgara, pero de eso hablaré más tarde. De momento empecemos por el principio.

Que estoy en Alemania ya es bien sabido, pero el objetivo último de mi aventura imagino sigue siendo un misterio para muchos de vosotros. Como muchas otras intrépidas chicas antes que yo, y sin duda que otras muchas que vendrán después de mí, decidí pasar estos ociosos meses de verano cuidando de un "adorable" niño extranjero a la vez que practico y profundizo mis conocimientos de esta maravillosa lengua que, en opinión de algunos, solo sirve para hablarle a los caballos. Bueno, pues yo nunca he tenido caballo ni sé montar, pero siempre me han gustado los idiomas, y como Alemania es una potencia económica fuerte y todas esas cosas que ya sabemos, decidí estudiarlo. Y aquí estoy.

Tras la desafortunada espera de 3 horas en el aeropuerto que ya adelanté, por delante me esperaba otro viaje de 3 horas hasta Plötenheim, el pintoresco pueblo donde me alojo con Hans y Lotte, los padres de Daniel, el pequeño teutón de 8 años de quien he venido a ocuparme. No hay mucho que comentar del viaje, solo que, por decirlo de alguna manera, me quedé un poco sorprendida cuando fui consciente de que la buena señora había salido de casa más o menos en el mismo momento que mi avión aterrizaba en tierra germana.

Al llegar al pueblo recogimos a Daniel de sus clases de guitarra eléctrica (pequeño aprendiz de heavy), cuya máxima preocupación era saber si sé jugar al fútbol. Mi dedo meñique roto y ligeramente torcido da fe de ello, así que desfilamos hacia la casa. En casa conocí a Hans, a Laura y a Luzmila, y la verdad es que no me quedó muy claro quién era quién y cuál era su lugar en aquella familia. Después de una cena en el impresionante jardín en la que todo el mundo hablaba de mí (que no conmigo) como si no estuviese presente, Hans se prestó a enseñarme la casa y me dejó en el desván que ya conocéis, donde alguien ya había tenido el detalle de dejar mi maleta.

Bastante agotada y un poco triste, saqué mi portátil con la intención de conectar un poco con el mundo exterior, y en esas estaba cuando apareció Luzmila.

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